jueves, 18 de junio de 2009

Fernando Peña: Crónica de una muerte anunciada


Por: Fernanda Longo.

"Lo que pasa es que yo me hago mucha mala sangre", solía bromear Fernando Peña sobre su enfermedad y su muerte siempre inminente, temas recurrentes desde hace ocho años, cuando declaró públicamente ser portador de HIV y decidió transmitir su ciclo de radio, El parquímetro, desde la clínica donde le aplicaban quimioterapia.

Actor de teatro y TV, inefable conductor de radio (elegido dos años consecutivos "Hombre de radio" en los Premios Clarín Espectáculos), personaje mediático, transgresor y entrañable, ayer, a las 16.40, Peña murió en el Instituto Fleming de Belgrano, adonde estaba internado por un cáncer de hígado. Sus restos eran velados anoche en la Legislatura porteña.

Había cumplido 46 años el 31 de enero. Hasta la semana pasada seguía haciendo su programa radial desde su casa. Y, hasta hace un mes, protagonizaba en teatro Diálogo de una prostituta con su cliente.

"La gente que vive apasionada muere joven. Yo imagino así mi suicidio: voy a ir en el auto, a 80 kilómetros por hora, feliz y distraído, y me voy a llevar una columna por delante", fantaseaba hace unos años, cuando su enfermedad parecía controlada. No pudo cumplir ese deseo. La muerte no lo encontró distraído: lo encontró presente, peleando, resistiendo hasta el último minuto.

"Claro que me importa morir, pero más me importa vivir bien", desafiaba, y no era mera provocación. De hecho, cuando una neumonía parecía haberle ganado la batalla, decidió suspender los cócteles y los tratamientos, que cada vez le traían más efectos secundarios y le impedían vivir la vida que había elegido. En este último mes, con un diagnóstico de cáncer terminal alojado en el hígado, Peña supo que esta vez sí era el final: protagonista de su propio reality, empezó a filmar un documental que incluyó imágenes de sus médicos y de sus últimas internaciones. Era su "legado": una manera de desdramatizar la muerte y familiarizar a la gente con la enfermedad, dijo en una última entrevista televisiva.

Nacido en Montevideo en una familia acomodada, con un hermano músico, Federico, y un probable hijo al que nunca conoció, Peña era un hombre feliz. Contaba sin ruborizarse que solía mirar el cielo y decirse a sí mismo "pensar que esto es todo lo que soñaste". Su sueño realizado era hacer teatro en una sala céntrica porteña, vivir de su trabajo, producirse a sí mismo y abastecer a su pequeño grupo de "incondicionales": dos docenas de personas con las que armaba sus espectáculos.

"Me conoce todo el mundo, mamá", decía que le hubiera gustado gritarle a su madre -la imponente actriz y cantante española Malena Mendizábal-, que nunca confió en su talento. Cuando ella murió, en el '97, Fernando Peña no existía. Era, todavía, la misteriosa voz de Milagritos López en un programa radial que conducía Lalo Mir por la Rock & Pop.

Cuenta la leyenda que Lalo lo descubrió en un vuelo de American Airlines, la aerolínea en la que Peña trabajaba como comisario de a bordo. De tanto escuchar a una cubana que deliraba por el altavoz, Lalo la quiso conocer, y así comenzó la carrera radial de Peña. Pero ese no fue, en rigor, su debut. Su primera entrada había sido en la infancia, cuando su padre, el conocido periodista deportivo Pepe Peña, lo llevó a un programa. "Papá, me meo", fueron sus primeras palabras al aire.

De columnista de Lalo, Peña -que había estudiado teatro desde chico, cuando vino con su familia a vivir a Buenos Aires, y había sobrevivido dictando clases de inglés- pasó a su programa propio: El parquímetro (por FM La Metro) se emitía de lunes a viernes de 10 a 14, y fue un éxito indiscutido durante tres años, en los cuales desplegó una enorme galería de personajes que se disputaban el micrófono, superponiendo sus voces (ver Los rostros...).

De La Metro pasó a la noche de la Rock & Pop con Cucuruchos en la frente, un ciclo que no tuvo tanta suerte. Pero ya tenía sus fans. Mientras sorprendía con sus unipersonales teatrales (en los que escandalizaba e interactuaba con el público), el personaje de transgresor que alimentaba para los medios evolucionaba hasta dejar de ser un marginal, temido por sus declaraciones, para convertirse en el "niño mimado" de la TV. Amigo de Jorge Rial, de Juan Castro, de Luis Majul y de Oscar González Oro, todos seducidos por sus opiniones sin filtro, su indisimulable bonomía y la inocencia infantil que se traslucía detrás del personaje.

"Yo no celebro estar vivo, la vida para mí no es maravillosa, es una circunstancia y punto", se jactaba antes de estrenar La burlona tragedia del corpiño, dedicado a su madre y a su abuela, Gloria Ballardo, que lo crió leyéndole a Lorca y a Juan Ramón Jiménez.

Peña dijo alguna vez que si no se hubiera dedicado a actuar, hubiera sido un "puto triste... Un Barreda, un asesino serial". La locura -que había amenazado a toda su familia- era una de sus obsesiones, y la exorcizaba actuando: "Yo a la locura la despliego en el escenario, le tengo pánico a esa gente contenida, tan compuesta".

Decía que no creía en los finales felices, y solía sentirse malinterpretado cuando lo acusaban de provocador: "A mí me encantaría pararme en el Obelisco y decirles a todos: déjenme terminar, pero escuchen bien lo que tengo que decir". ¿Qué? "Que soy un romántico, que no provoco al pedo, que mi provocación tiene un sentido y un rumbo... que la necesito, para poder embellecer el final". Un final anunciado, pero igualmente triste.

Fuente y foto: Clarin.com

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