Un colapso que transformará el sistema financiero mundial
Néstor Restivo. nrestivo@clarin.com
Los mercados financieros del mundo vivieron la semana pasada una de las más agitadas de su historia. Algunos la compararon a la de 1929 o a otros escenarios catástrofe para el capitalismo, que sin embargo desde que surgió y al menos hasta ahora siempre se las ingenió para reciclarse y sobrevivir. El epicentro, hoy como hace 79 años, fue Nueva York, meca del sistema. En particular la industria, hoy aparentemente en crisis terminal, de la banca de inversión.
La angustiante falta de liquidez en los bancos, más el clima de recesión que se respira en EE.UU. y otros países ricos, provocaron la crisis, y el reflejo fue esta semana trágica en Wall Street, donde las acciones, sobre todo de los bancos, colapsaron. El jueves, el gobierno anunció un plan rescate de asunción de deudas privadas y la bolsa rebotó. El plan urgente ya empezó a ser debatido en el Congreso. Ayer el Tesoro dijo que busca "autoridad para liberar hasta US$ 700 mil millones para financiar la compra de activos en problemas". Y que en consulta con la Reserva Federal podrá "comprar otros activos si es necesario para estabilizar los mercados". Para el presidente George Bush, el plan es "grande pues el problema es grande".
Antes cayeron grandes bancos de inversión como Bear Stearn, que fue absorbido por JP Morgan-Chase con ayuda de la Reserva Federal, y Lehman Brothers, que directamente fue a quiebra. Otro, Merrill Lynch, debió ser vendido a Bank of America, y el Estado intervino para salvar a la gran aseguradora AIG y a los bancos hipotecarios Freddie Mac y Fannie Mae. De los grandes de inversión sólo quedan, y en problemas, sobre todo el primero, Morgan Stanely y Goldman Sachs. Y la mayor mutual de EE.UU., WaMu (Washington Mutual) podría ser vendida al Citigroup. Todos jugaron con las hipotecas basura, último gran invento de la timba global.
Esos bancos, que ya existían en el siglo XIX, resurgieron hace tres décadas cuando el gobierno de EE.UU. decidió que la banca tradicional o comercial no podría operar bonos y acciones.
A diferencia de esta última, que se mueve con el depósito de susclientes, los bancos de inversión o mayoristas se fondean del mercado de capitales y no reciben depósitos sino que intermedian o asesoran -suculentas comisiones mediante- entre inversores, empresas y gobiernos que buscan dinero. Y al desregularse el sistema financiero, el boom de bonos e instrumentos de todo tipo, sofisticación y riesgo, tuvieron su hora de oro.
Así llegaron al juego de las hipotecas. Se las compraron a bancos que daban préstamos para viviendas, las juntaron en pools, las convirtieron en bonos y las pusieron en el mercado. Cuando los deudores, muchos de ellos sin historial crediticio (¡pero qué importaba!) vieron subir la tasa de interés, que en general se daban a tasa fija para los primeros dos años y luego variable, primero comenzaron a pagar sólo el interés y ya no el capital, luego a entrar en mora incluso en intereses y al fin a no poder pagar nada. En la otra punta, quien había comprado bonos hipotecarios quedaba colgado del pincel.
Dada la intensa relación entre el mercado accionario y de créditos con la economía y la población estadounidenses, las pérdidas de Wall Street, pese al rebote por los anuncios de la Casa Blanca, fueron enormes. Y reflejaron también el mal momento que pasa la primera economía mundial, con actividad económica en baja (salvo el sector exportador, pero que sólo explica 30% del PBI, el resto es consumo interno) y deficits fiscal y comercial en alza, otra vez vueltos crónicos en los gobiernos de Bush.
La falta de regulaciones sobre las actividades financieras más riesgosas, la interconexión electrónica de los mercados globales y la transnacionalización de sus activos funcionan como transmisores de la crisis a escala planetaria. También Europa, Japón y los mercados emergentes sufren coletazos, aunque estos últimos lucen mucho mejor que en la década pasada y en verdad, con China a la cabeza, son hoy las únicas áreas del mundo que dan señales de fuerte crecimiento.
Hay otro elemento que empujó a la crisis, difundido hace poco por profesores de la Universidad de California. Durante los dos gobiernos de Bush, si el ingreso promedio de los estadounidenses subió 2,8% por año, el del 1% más rico lo hizo 11%. Y el 10% más rico ya muerde 50% del ingreso nacional, cuando antes de la desregulación que inició Ronald Reagan en los años 80 recibía algo más del 30%, en un esquema de mucho mayor equilibrio y armonía social.
Estos dos datos, objetivos últimos del neoliberalismo en todo el mundo, son clave para comprender cómo el excedente de los sectores más altos de la sociedad es el principal motor de la codicia y la búsqueda de más y más ganancias virtuales, que se alejan del respaldo concreto en la economía real.
¿Qué podría pasar ahora? Nadie en serio cree que el capitalismo viva una crisis terminal, aunque sea sistémica, menos cuando ningún otro modelo asoma en competencia. Pero también hay pesimismo, y hasta cierto tufillo electoral, sobre el plan de rescate en ciernes.
Alguien ahora crítico con el modelo, como el premio Nobel Joseph Stiglitz, dijo a la agencia EFE que "este es sólo el principio de la crisis" y que el plan no va a la raíz y es "insuficiente", pues en vez de ayudar a la gente común afectada por las hipotecas salva la deuda "tóxica" de los bancos.
Desde otro ángulo, hay una opinión curiosa, pero también escéptica. Para Clarín, el operador Walter Molano, que vivía una fiesta en los 90, dijo: "El plan de EE.UU. es tan incompetente que sólo rivaliza con anuncios hechos en Buenos Aires o Harare" (Para Molano, desde que acabó el festival de bonos, que dieron mucha comisión a Wall Street, Argentina es comparable a Zimbabwe...). Y sigue: "EE.UU. debe cerrar su cuenta fiscal, necesita algo parecido al Consenso de Washington para Latinoamérica, y no parches. La crisis está lejos de terminar y los problemas se amontonan". ¿Alguien puede creer que EE.UU. podría tomar en serio al Consenso de Washington?
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